martes, 9 de julio de 2013

La niña de las manzanas

Historia contada por Tiny Gragera en su programa "El Asfalto" de Radio Unión Catalunya







Agosto de 1942 Piotrkow, Polonia El cielo estaba sombrío mientras esperábamos ansiosamente. Todos los hombres, mujeres y niños del Gheto de la ciudad estábamos amontonados dentro de una plaza. El rumor decía que nos iban a transferir. Mi padre había fallecido recientemente de fiebre tifoidea. Mi miedo más grande era que nuestra familia fuera separada. Isidoro, mi hermano mayor me había anticipado: - hagas lo que hagas, no les digas tu edad, diles que tienes 16. Yo era muy alto para mis 11 años, así que podría usarlo para ser considerado como un potencial buen obrero.

Un oficial de la SS se me acercó, los tacos de sus botas chirriaban contra el empedrado. Me miró de arriba a abajo y me preguntó mi edad. - 16, le contesté. Me mandó hacia la izquierda donde estaban mis tres hermanos y otros muchachos saludables. Mi madre fue movida hacia la derecha junto con otras mujeres, niños, enfermos y gente añosa. Le susurré a Isidoro: ¿por qué? … pero él no contestó. Corrí junto a mamá y le dije que quería quedarme con ella. - ¡No!, - dijo ella seriamente- . ¡Vete!, ¡no molestes!, ¡vete con tus hermanos!. 

Ella jamás nos había hablado tan duramente. Pero yo entendí: ella estaba protegiéndome. Ella me amaba tanto y sólo simulaba que no era así. Fué la última vez que la vi. Mis hermanos y yo fuimos llevados en un camión de hacienda hacia Alemania. Llegamos al campo de concentración de Buchenwald unas semanas más tarde de noche. Nos metieron dentro de unos galpones llenos de gente. Al día siguiente, nos dieron uniformes y números de identificación. Le pedí a mis hermanos: no me llamen Herman nunca más, llámenme 94983. 

Me pusieron a trabajar en los crematorios, cargando los muertos sobre un elevador manual. Yo también me sentía muerto, endurecido, me había convertido en un número. Pronto mis hermanos y yo fuimos llevados a un sub-campo en Schlieben, cerca de Berlín. Una mañana me pareció escuchar la voz de mi madre. Ella decía suavemente: - Hijo, te estoy enviando un ángel. Entonces me desperté. Había sido sólo un sueño hermoso. En ese lugar no podía haber ángeles. Sólo había trabajo, hambre y miedo. Un par de días después, mientras yo merodeaba por el campo cerca de los alambres de púas, yo estaba solo y los guardias no podían verme. 

De pronto, del otro lado del alambrado vi a alguien: una niña rubia llena de bucles luminosos. Ella estaba medio escondida detrás de un árbol. Miré alrededor para asegurarme que nadie me viera. La llamé suavemente en alemán y le pregunté: ¿tienes algo para comer? Ella no entendía… Me acerqué a la cerca y le repetí la pregunta en polaco. Ella se acercó. Yo estaba delgado, demacrado, con harapos que envolvían mis pies; pero ella no estaba asustada. Vi vida en sus ojos. Ella sacó una manzana de su ropa de lana y me la arrojó sobre el alambrado. Yo la recibí y mientras corría alcancé a oírle decir débilmente: - te veré mañana. 

Yo volví al mismo lugar junto a la cerca cada día a la misma hora. Ella siempre estaba allí con algo de comida para mi, un trozo de pan o una manzana. No nos atrevíamos a hablar o a demorarnos allí ya que, de haber sido descubiertos, ello hubiera significado la muerte para ambos. Yo no sabía nada de ella, ni su nombre, ni porque arriesgaba su vida por mi. Solo sabía que era una chica de granja, amable que hablaba polaco. La esperanza había desaparecido y esa niña me la conservaba alimentándome con pan y manzanas. Siete meses más tarde, mis hermanos y yo fuimos enviados en un vagón de carbón a un campo de concentración en Checoslovaquia. -No volveré, le dije a la niña ese día, nos vamos. Me di vuelta y me fui sin siquiera decirle adiós a la niña sin nombre, la niña de las manzanas. 

Estuvimos en ese campo unos tres meses. La guerra disminuía, los aliados se acercaban pero mi destino parecía estar sellado: el 10 de Mayo de 1945 a las diez de la mañana, era mi fecha para morir en las cámaras de gas. En el silencioso amanecer, traté de prepararme mentalmente. Tantas veces la muerte me había venido a buscar, pero de alguna forma, yo sobrevivía. Ahora, ya todo se terminaba. Pensé en mis padres. Al menos nos reuniríamos. A las 8 de la mañana hubo una conmoción. Oí gritos y vi a la gente corriendo alrededor del campo. Alcancé a mis hermanos. Las tropas rusas habían liberado a nuestro campo. Las puertas se abrieron. Todos corríamos. Sorprendentemente nosotros habíamos sobrevivido, no sé aún como. Pero si sé que la clave de mi supervivencia había sido la niña de las manzanas. 

En un lugar donde triunfaba el mal, la bondad de una persona había salvado mi vida y me había dado fe donde ya no existían esperanzas. Mi madre me había prometido un ángel y el ángel había venido a la cerca… Con el tiempo, me fui a Inglaterra donde una organización judía de caridad me auspició para ponerme en un hotel de muchachos sobrevivientes del Holocausto y entrenarme en electrónica. Más tarde me fui a Estados Unidos, donde mi hermano Sam ya estaba viviendo. Me enrolé en el ejército y serví en la guerra de Corea. Volví a Nueva York luego de dos años. Para Agosto de 1957 ya había abierto mi taller de reparaciones eléctricas. 

Estaba comenzando a establecerme. Un día mi amigo Sid, a quien conocí en Inglaterra, me llamó por teléfono y dijo: - Tengo una cita, ella tiene una amiga polaca. Hagamos una cita los cuatro. -NOOO - contesté - ¡una cita a ciegas no es para mi! Pero Sid continúo insistiendo. El caso es que unos días más tarde salimos hacia el Bronx a buscar a su chica y a su amiga Roma. Tengo que admitir que por tratarse de una cita a ciegas, no estaba nada mal. Roma era enfermera en el hospital del Bronx. Era lista y amable. Y además, era linda. Su pelo castaño rizado contrastaba con sus almendrados ojos verdes que brillaban con vida. Los cuatro nos fuimos en auto al parque de Conney Island. Roma era conversadora y agradable. Resultó que a ella no le gustaban tampoco las citas a ciegas. Solo estaba haciéndole un favor a su amiga. 

Paseamos por la acera de madera junto al mar y luego fuimos a cenar junto a la costa. No recuerdo haberme divertido antes de esa manera. Nos amontonamos de nuevo dentro del auto de Sid y compartimos el asiento trasero con Roma. Ambos, como judío-europeos sobrevivientes de la guerra, teníamos conciencia de que mucho había quedado sin mencionar entre ambos. 

Ella sacó el tema: - ¿Dónde estuviste durante la guerra? -preguntó suavemente-. - En los campos - contesté- , y recuerdo los espantosos momentos vívidamente y las irreparables pérdidas sufridas; he tratado de olvidar, pero jamás puedes olvidar… Ella asintió y dijo: Mi familia se escondía en una granja en Alemania, cerca de Berlín. Mi padre conocía un cura y él nos consiguió papeles arios. Imaginé cuanto había sufrido ella también y el miedo como compañero constante. Y aún así, allí estábamos ambos vivos en un mundo nuevo. Roma continuó: - Había un campo de concentración junto a la granja. Vi un muchachito allí. Yo le tiraba manzanas todos los días. … ¡Qué asombrosa coincidencia que ella hubiera ayudado a otro muchacho! 

¿Cómo era él?, -pregunté. Era delgado, alto y hambriento; debo haberlo visto diariamente por unos seis meses.... Mi corazón corría, no lo podía creer, eso no podía ser. -¿Te dijo él una vez que no volvieras porque se iba de ese campo? pregunté. Roma me miró sorprendida. -¡Si!, ¿cómo lo sabes? - …Porque ese niño era yo… contesté. 14. Estaba a punto de estallar de alegría, de miedo, e inundado de emociones. ¡No lo podía creer! -Mi ángel, no te dejaré ir . -le dije a Roma-. Y en el asiento de atrás, en esa cita a ciegas, le propuse matrimonio. Yo no quería esperar. - ¡Estás loco!, dijo ella. Pero me invitó a conocer a sus padres en la cena del Shabbat la siguiente semana. ¡Había tanto que esperaba ansiosamente saber de ella! 

Pero las cosas más importantes siempre las supe: su lealtad y su bondad. Por meses y en las peores circunstancias ella había venido a la cerca y me había dado esperanzas. Y en ese momento en que la había reencontrado no podía dejarla ir. Ese día ella dijo : "SI”. Y yo mantuve mi palabra. Después de casi 50 años de matrimonio, dos hijos y tres nietos, nunca la dejé ir. Herman Rosenblat Miami Beach-Florida 16. Herman Rosenblat fue bautizado a la edad de 75 años. Esta es una historia real, descrita en las memorias de Herman Rosenblat bajo el titulo “Angel at the Fence, Holocaust Memoir” (El Angel de la Cerca, Memoria del Holocausto).


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